jueves, 13 de mayo de 2010

Un Trabajo Fácil - Segunda parte

           La camioneta de reparaciones se detuvo a unos metros de la puerta. Un hombre rubio ataviado con un mono azul salió del interior portando una pesada caja de herramientas. Entró en el edificio.
          -Perdone señorita, vengo a reparar el aire acondicionado.
          -Si, mire es por allí ¿ve la puerta de los servicios?, Pues la siguiente lleva directamente al piso de abajo donde se encuentran los aparatos.
          -Muchas gracias.
          El hombre se encaminó hacia allí, pero entró antes en los servicios. Una vez allí y después de comprobar que se encontraba solo, pensó en la puerta de entrada a los servicios, y a una mirada suya el pestillo de la puerta se cerró. Después su cuerpo sufrió una descomposición molecular, para volver a formarse instantáneamente a tan solo unos centímetros de donde se encontraba. En el proceso su ropa cayó al suelo atraída por la aceleración de la gravedad terrestre. La cogió toda y la metió en la caja de herramientas. Colocó la caja en uno de los servicios individuales, y cerró su pestillo de igual forma que hizo anteriormente con el de la puerta de entrada.
  Se encaminó hasta ésta y la atravesó como si de una cortina de humo se tratase, sin provocar ni un solo imperfecto en ella. Salió y comenzó a andar sin que aparentemente nadie pareciera ser consciente de su desnudez. Decidió encaminarse por las escaleras pues aunque conocía el piso exacto no era prudente entrar en el ascensor. Así que su cuerpo pareció dejar atrás la masa corpórea y comenzó a ascender por el hueco de la escalera aunque no demasiado rápido. Después de todo una reparación requiere su dedicación.
          Tras haber subido varias plantas se detuvo en el pasillo. Mientras, proyectó su mente escaleras abajo para averiguar la ubicación de los instrumentos que se hallaban estropeados. Pasados unos instantes reanudó su marcha deambulando entre los hombres de seguridad y de nuevo atravesó una puerta. La estancia era muy lujosa y pudo comprobar que se hallaba bien insonorizada. En su interior había dos hombres que hablaban...
          -Señor todos los parámetros defensivos...
          El rubio acogió el comentario con una mueca burlona. Y comenzó a deambular por la habitación con cautela para no ser descubierto. Entre tanto proyectó su mente hacia el panel de control del aire acondicionado. Sería una reparación fácil.
          -Gracias a Jesús, creí que iba a...
          -¿Morir?... -pensó el hombre del pelo rubio.
          Se dispuso a esperar un rato para coartar el tiempo, debido a las reparaciones del aire acondicionado.
          Consideró sus posibilidades. Podría destrozar su cerebro en un momento, haciéndolo papilla pero no sería creíble, el forense encontraría evidencias físicas que no podría explicar. Sin embargo podría freírlo, aumentaría la tensión eléctrica de su cerebro y haría añicos las sinapsis de sus neuronas. Rápido eficaz y limpio, pero planteaba el mismo problema que el método anterior.
          Podría ahogarlo. Retener algo de dióxido de carbono en una de sus expiraciones y crear una barrera para impedir el intercambio gaseoso. Sería una muerte lenta y ruidosa, pero del mismo modo nada justificaría su asfixia. El rubio había recibido órdenes concretas: nada de federales investigando una muerte sin explicación.
Se le ocurrió mientras le observaba que podría bajar sus pulsaciones si frenaba la velocidad de su sangre, con toda esa carne, todos esos vasos sanguíneos pugnando por recibir su justo caudal, no sería de extrañar que encontraran una insuficiencia cardiaca como causa del fallecimiento. Sería creíble desde el punto de vista médico, pero el FBI quizás encontrara sospechoso su muerte tras la reciente traición. Podrían querer encontrar alguna dudosa conexión con el gobierno ruso, o inventarla, y se recrudecería la guerra fría. No convenía avivar las brasas de hogueras ya casi extintas.
          -Impenetrable...
          Pensó que era preferible entregar a un culpable que dejar que los sabuesos federales buscaran justificaciones absurdas, un caso sin cerrar demasiado tiempo acabaría encontrando una desagradable conclusión. Así que se le ocurrió un método adecuado. Tan sólo comenzó a dictar una serie de frases a la mente del Jefe de seguridad, para posteriormente obligarle a cumplirlas.
  Poco a poco vio como el terror se apoderaba de aquel otro individuo. Pensó que quizás moriría de un infarto después de todo.
Todo lo dicho en aquella sala quedaría perfectamente registrado, y después del asombro inicial quien decidiera hallar sus motivos, se encontraría con alguna relación con un grupo sectario extremo, lo típico. Pero de eso se encargaría más tarde, y no él personalmente.
           
  -¿Le ha costado mucho? -le preguntó la muchacha de recepción en tono jovial.
          -No, ha sido un trabajo fácil -contestó.
          Tan sólo unos minutos después salía por la puerta tal y como entró, contento de haber hecho un buen trabajo, sencillo, pero que sólo alguien como él podía realizar.
           
  -Señor el hombre del mono azul... ¿Señor?...

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